"Nadie sabe cómo ser padre."
Hace mucho tiempo leí esta frase y no sólo no sabía qué quería decir, (obvio, hasta que lo fui) sino que la creía una frase hecha, un leit motiv que alguna marca de pañales podría tranquilamente usar para su nueva campaña publicitaria.
¿Y qué es "ser padre" exactamente? ¡Gran pregunta!
Hasta el día de hoy, y con 4 hijos en mi haber, no puedo asegurar que sea más que intentar hacer el menor daño posible, cercenando la menor cantidad de posibilidades, a un cerebro con potencialidad infinita.
Y en este 29 de abril, "día del animal", no puedo dejar de pensar en las mascotas que desde mi paternidad han acompañado a mi familia... y cómo comunicamos sus distintas muertes a nuestros hijos.
- Primero fue Shinji, el hámster que terminó siendo un jerbo.
Ese que caminaba arriba mio y de mi hijo mayor cuando lo soltábamos en la bañadera y no sentábamos para jugar con él.
Ese que corría y corría en su rueda y casi no nos dejaba dormir por el ruido.
Una mañana me desperté y lo encontré escondido en el aserrín, abajo de una escalerita que tenía para jugar.
Duro, como una piedra. Un recuerdo horrible.
La decisión fue simple, como no se puede reemplazar, tuvimos que decirle enseguida al niño que se había muerto. Por lo tanto: explicación sobre la muerte, explicación sobre el tiempo de vida de los animales, abrazarlo mucho al escuchar sus llantos y pensar que algo mal hicimos al decirle la verdad.
- Segundo fueron los hermanitos (Nito y Benito). Dos hámsters (estos sí eran hámsters) que saltaban todo el tiempo y sacaban la tapa de la jaula, escapándose.
Muchos más ruidosos que Shinji y, por su habilidad de escapismo, duraron mucho menos: volviendo de un paseo, al abrir la puerta del departamento encontramos la jaula vacía y a pesar del grito "¡cierren la puerta rápido!" nunca quedamos 100% seguros de que no se haya escapado e ido directo al pozo del ascensor.
Lo que sí estamos seguros es que uno de ellos se transformó en un hámster bagual, salvaje, berserk. Porque después de pasar unos cuántos días de vivir en la libertad del departamento (sin nuestro conocimiento), lo encontramos y, mordiscos a mis dedos mediante, cuando lo metimos de nuevo en la jaula, murió de pena por su encierro, e inanición por no querer injerir comida alguna.
Acá al decisión se dividió en dos:
b) Cuando el hámster bagual quedó patas para arriba en la jaula, y luego de llevarlo al veterinario para saber qué había pasado, la explicación dada al niño fue: "Según el veterinario, mientras estuvo suelto debe haber comido algo que terminó enfermándolo... no había mucho que se pudiese hacer."
Por lo tanto esta vez la reacción fue distinta, si bien hubo llantos, no fueron de la misma intensidad. Sea porque los hermanitos estuvieron menos con nosotros, sea porque ya había entendido qué era la muerte, sea porque la enfermedad fue un aliciente... hasta el día de hoy no estoy seguro.
- Tercero fueron los peces... sean ellos Barbitón, Saltarín (también conocido como Lázaro), Ojitos, Bolitas, Colorado, Bigotes y tantos otros.
El primero en abandonarnos fue Ojitos, un Carassius Telescopio todo negro con toques dorados. Una hermosura a la vista... salvo cuando lo encontrás flotando panza para arriba.
La solución fue simple, correr al acuario y comprar uno parecido. Por lo tanto le ahorramos el dolor al niño de enfrentarse otra vez con la fatalidad.
El problema fue cuando el agua contrajo una bacteria y, al mejor estilo película catástrofe, fueron cayendo de a uno (bah! en realidad flotando panza para arriba).
La solución, en este caso, fue salir corriendo al veterinario y preguntar por un pronto auxilio y rescatar frente al niño a los sobrevivientes. El hecho de que hubiese sobrevivientes ayudó bastante a la aceptación de la muerte de los que no lo fueron.
Eso sí, el ver la pecera más vacía era un dolor en el alma.
Por lo tanto, cuando nuevamente dio su último respiro Ojitos (en realidad el primer último respiro de Ojitos 2º), la solución fue decirle al niño que tuvimos que llevar a su mascota al veterinario para internarlo ( hasta poder encontrar otro parecido, obvio).
El problema fue cuando no pudimos encontrar uno del tamaño exacto de Ojitos 2º... la excusa utilizada para no nombrar lo inevitable, fue que el médico le dio un remedio que hizo que se achicara un poco.
Y acá se generó un quiebre importante. Porque, o el niño (ya de 4 años) no nos creyó del todo y terminó aceptando nuestra palabra por ser nosotros sus "omnipotentes" padres, o no quiso decirnos la verdad para no lastimarnos, para que no nos duela, o sea, no quiso contarnos lo que él ya sabía... el veterinario nos había dado otro pececito que no era Ojitos.
Por todo esto su siguiente expiración (en realidad la primera de Ojitos 3º) no fue tan traumática.
Los últimos habitantes de la pecera fueron Barbitón (una carpa que nunca supimos exactamente la variedad) y Bigotes y Saltarín (Lázaro) (dos Corydoras aeneus).
Barbitón no fue muy llorado y, aparte, lo encontró flotando mi hijo, por lo que, quizás por acostumbramiento, quizás por verlo directamente, en su muerte no pudimos hacer nada como padres.
Con las Corydoras el asunto fue distinto. Al entrar al departamento el niño patea algo y se corre asustado, los rápidos reflejos de su padre agarran al supuesto cadáver del hasta ahora Saltarín y lo deposita de nuevo en la pecera para, segundos después, ver cómo debíamos cambiarle el nombre a Lázaro.
La alegría del niño al ver nadar de nuevo a uno de sus dos únicos pececitos sobrevivientes duró, inclusive, hasta al ver a Bigotes flotar panza para arriba.
No importaba que Bigotes nos hubiese dejado, porque la fuerza de vida que Saltarín (Lázaro) demostraba a pesar de haber sido pateado y lastimado por su pie era suficiente. O quizás en su corazón de niño empezaba a formarse una costra que combatía los feos sentimientos y verdades inevitables como la muerte de una mascota.
Saltarín (Lázaro) duró un montón de tiempo más, siendo el único sobreviviente de un cardúmen de casi 10 miembros (incluyendo las versiones 2 y 3 de Ojitos).
Los llantos por su partida fueron duros, pero la decisión de abandonar el Acuarismo dio un aliciente: no ibamos a tener que sufrir nuevamente.
- Cuarto (y actual) fue Quelonio. Una hermosa tortuga bebé (que nunca supimos el sexo), que estuvo con nosotros más de un año. En su terrario y, de vez en cuando, caminando por el piso y dejando sus pequeñas heces, Quelonio fue un gran amigo.
Durante el invierno el susto fue mucho, porque no sabíamos que las tortugas invernaban. Entonces muchas mañanas, para evitar que el niño y la niña encontraran el cadáver, tocaba yo al quelonio para ver si reaccionaba. Gracias al cielo lo hacía.
Y esa caricia matutina se volvió casi un ritual, una manera de, quizás, alargarle la vida. Y Quelonio contestaba sacando su cabeza y saludándome, mientras un aliviado suspiro salía de mis labios.
Quelonio era saludado cuando todos salíamos de la casa con un "Chau Quelonio, no nos extrañes" o "Volvemos en un rato Quelonio" o "La casa no queda sola porque Quelonio la cuida". Siempre de la boca de la niña o de los adultos. Claro, el niño ahora es grande y ya no está para esas cosas, o sabe que las mascotas pueden morir y, entonces, ¿para qué encariñarse?
Pero una mañana, hace ya 3 semanas, cuando fui a cumplir mi ritual y volver a respirar aliviado, Quelonio estaba dado vuelta, con una infección en la parte baja de su caparazón y ya no reaccionaba a mis caricias.
La reacción fue, entre lágrimas, inmediata: tenía que despertar a mi mujer y consensuar qué hacer al respecto antes de que los niños lo encontraran. La solución a la que llegamos fue rotar el terrario para que no se vea que la pobre tortuga no se movía, mientras en el día yo iba a buscar a Quelonio 2º y rogar que los niños no fueran a buscarlo para sacarlo a pasear por el piso.
El problema es que las tortugas no se pueden vender legalmente ya que son una especie en peligro de extinción. Por lo que durante ese día, y habiendo recorrido varias veterinarias, acuarios y casa de mascotas, no pude encontrar una del tamaño adecuado.
Porque, claro, no me importa infringir la ley si puedo evitarle a mi hija todo lo que sufrió su hermano mayor con la muerte de Shinji. Mucho más ahora que vi cómo al decirle que estaba en el veterinario porque estaba enfermo (sí, mentira recurrente), se le llenaban los ojos de lágrimas... al igual que a su hermano mayor (a quien yo creía ya curtido en el tema).
Y la cosa se alargó... porque encontrar a Quelonio 2º está siendo mucho más complicado de lo que parecía. Lo que me hizo replantearme la cuestión sobre si está bien el mentirles sobre la muerte... o por lo menos ocultársela hasta que sean más grandes...
Y realmente no tengo una respuesta... ¿qué es correcto e incorrecto al momento de criar a un hijo? (obviamente hay cosas incorrectas que se pueden hacer para con un niño, pero mi pregunta va a quienes realmente quieren CRIAR un hijo).
Lo máximo que puedo hacer es no volver a repetir errores ya cometidos y esperar a que mis hijos sepan entender cuando sean adultos que no fueron hechos a propósito, sino por mis carencias, mis fallas, mi inexperiencia en el tema, pero siempre pensando que fue lo mejor para ellos.
Y claro, como nadie sabe cómo ser padre... los míos tampoco. Por lo que habiendo aceptado que sólo hago lo que creo mejor para mis hijos, y muchas veces puedo estar equivocado, sólo me queda amar cada vez más profundamente a mi padre y a mi madre por todo lo que hicieron por mi, aunque en algunos momentos no los haya entendido y hasta los haya reprochado. Porque lo importante es que ellos pensaban que era lo mejor para mi.
Y al final de cuentas es lo único que importa.
M.
PD: A la lista de mascotas se suma Manchis, una hermosa gata tricolor que tuvo que ser regalada cuando quedamos embarazados de nuestra tercera hija. La gata se encuentra con su nueva familia, pero siempre la recordamos, por su majestuosidad, sus largos bigotes y más cuando todavía vemos en las piernas de mi hijo mayor las cicatrices de sus arañazos.
Me gusto mucho esta nota, che, muy emocional y bien contada la necrología de las distintas mascotas je.
En lo que a mi respecta les diría siempre la verdad, sin matizarla. Muchas verdades de este mundo son dolorosas, pero es necesario aceptarlas para aceptar la realidad sin represiones, del tipo que sean, lo cual termina generando lo que podríamos llamar patologías sociales (patologías, en fin, aunque esten muy extendidas). Una patología comun en nuestra sociedad es reprimir la muerte y todo lo que tenga que ver con esto (este es, creo, el tema centra de la serie Six Feet Under). En la india pre-vedica, la tradición tantrica ponía enfasis en el conocimiento viceral y crudo de la muerte (de la vacuidad de la carne) como una forma de aceptación de esta realidad, lo que puede ser esencial para trascenderla.
Tambien me parece muy respetable tu postura, y sobretodo tu capacidad de autocritica al respecto.
un abrazo!
escribi medio mal pero se entiende igual :p
Gracias por leerme Erebus.
Ciertamente no se debe ocultar la muerte, o sea, es algo que nos va a llegar a todos. Pero quizás los nenes todavía no están preparados, quizás sí y toda este escrito es al divino botón... realmente no lo se. Sólo se que si puedo evitarles algunas lágrimas, eso es lo que realmente importa.
M.